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¿Estamos Perdiendo Nuestra Humanidad?


Photo by Tara Winstead on Pexels.com


Cada día se me dificulta más ver las noticias, tener pláticas decentes con la gente. Parece que el menú de la semana siempre es el mismo: Pandemia, guerras, política e ideologías varias, élites mundiales que se juntan en lugares de lujo para hablar sobre “mejorar el planeta”, cambio climático, crisis energética, crisis económicas, en fin. Pan con lo mismo. Hace tiempo que dejé de ver televisión para evitarme la indigestión.

En realidad, me preocupa, que tantos millones de personas confíen en los noticieros como “el ministerio de la verdad”- e ignoren la verdadera realidad: La que se presenta ante nuestros ojos, si nos quitamos las gafas del dogma y dejamos de participar en el teatro en donde nos tratan como marionetas. En mi mundo, yo sólo veo gente que, como yo, prefieren la paz. Gente de buen corazón, que quiere ayudar a los demás. Me cuesta mucho trabajo creer que en realidad seamos una especie que le guste estar en conflicto y en el miedo constante, y que necesitemos de “gobiernos paternales” para mantener el orden y la paz.

Algo en mí me hace pensar que nuestra situación en la actualidad no tiene que ver con que seamos conflictivos por naturaleza, ni que seamos los culpables absolutos de todas nuestras calamidades. Más bien creo que se trata de una crisis de identidad. Estamos perdiendo nuestra identidad real- la conexión más sagrada, que es el sentimiento de pertenencia con todo nuestro entorno; con los árboles que nos permiten respirar, con el sol que nos da energía para vivir, con la tierra que nos regala alimento y un hogar. Con el agua, ese misterioso líquido, el líquido de Dios- el verdadero elixir de vida.

Nos estamos perdiendo en un mundo paralelo construido de materiales sintéticos- castillos de arena, mundos falsos, ideologías tenebrosas. Estar pegados a unas pantallas para sentir que “pertenecemos” al mundo se ha vuelto nuestro día a día. ¿Cuándo fue la última vez que te atreviste a salir de tu casa sin tu móvil? ¿Todavía sabes encontrar direcciones sin la ayuda del GPS? ¿Marcar a un amigo sin buscar su número en el teléfono o usar el WhatsApp? ¿Hacer amigos “a la antigua” sin usar Facebook, Instagram o Twitter?

¿Cuántas horas al día nos la pasamos en frente de pantallas?

La tecnología puede ser muy útil en muchos sentidos, pero entre más pienso en ello, más siento que el uso indiscriminado que le estamos dando nos está aventando a un agujero negro, sin punto de retorno. Estamos cambiando nuestro estado psíquico, psicológico y fisiológico. Estamos regalando nuestra identidad a los dueños de la tecnología.

Sin la ayuda de nuestros aparatitos, nos sentimos más lentos, más impacientes, más ansiosos, más nerviosos. También creo que más tristes.

Yo crecí todavía en los últimos años gloriosos a finales de los 90’s, cuando tener una computadora era un lujo y ni se diga un celular. Todos mis amigos del alma, los conocí en la escuela o en la calle, sin móviles de por medio. Platicábamos por horas sobre nuestras vidas. Íbamos a fiestas y conocíamos a más amigos simplemente estableciendo contacto visual y sonriendo. Esa es la verdadera conexión humana- la mirada, la sonrisa.

Ahora, no podemos ver sonrisas- sin antes someterse a vacunas o mandatos del gobierno. No podemos ver miradas- todas están atrapadas en los móviles. Ahora, cuando salgo a caminar, simplemente veo sobras. Las sobras de lo que fuimos.

Pero no pierdo la esperanza. Sé que no nos pueden dejar tanto tiempo atrapados, sin nuestra humanidad. Confío en que nuestros espíritus están comenzando una revolución, para manifestarse como debe ser. Tengo la Fe absoluta que, aunque estemos perdidos en este momento, vamos a retomar nuestro camino. Vamos a volver a abrazarnos, a confiar los unos a los otros. Sueño en ese día que nos quitemos las máscaras falsas de raza, ideología, clases divisorias de todo tipo, y simplemente nos reconozcamos como lo que somos: Uno, al unísono, uno con el mundo y con todas sus maravillas. Expresiones únicas del todo. La chispa de lo único, de lo hermoso y de lo divino lo encontramos en nuestra forma humana en dos lugares: Nuestra sonrisa y nuestra mirada.

Quítate ya la mascarilla. Apaga tu teléfono. Mírame, Mirémonos.

Hoy lo necesitamos más que nunca.

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