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Reflexiones del Presente


Hay cosas que parecen ser irremediables en el comportamiento humano; una de esas esas cosas es nuestra incapacidad de disfrutar el presente. 

Siento que una fuerza misteriosa se ha apoderado de nosotros. Y esa fuerza nos ha privado de lo que realmente se llama vivir. Vivir es estar aquí, deleitarme por cada palabra que escribo, por cada respiro que doy, por cada latido de mi corazón. Y de alguna manera, entramos en un trance extraño en el que le ponemos más prioridad a hacer demasiadas cosas, pero sin “tocarlas”; como si fuera más importante la acción en sí que la experiencia misma de la acción. Creemos que hacer muchas cosas es ser “eficientes” y que estamos avanzando hacia algún lado. Pero, ¿A dónde realmente estamos avanzando?

Si nos ponemos un objetivo a futuro y vivimos con la promesa del cumplimiento de ese objetivo, borramos por completo la importancia del presente. Me recuerda a esas veces de niña que, hacía mis cartas a Santa Claus, pidiéndole mis juguetes deseados, y después tenía que esperar insaciablemente por que sea la noche de navidad cuando por fin pueda recibir mis regalos. Y aunque me entusiasmaba mucho con todos los preparativos: ya sabes, comprar y adornar el pino de navidad, adornar con luces el exterior de la casa; cantar villancicos en la escuela y celebrar las posadas; dentro de mí vivía en el futuro, en la espera de la noche de navidad; en el instante en el que por fin culmina el “esfuerzo de la espera”- cuando eres niño, la paciencia no es una de tus cualidades, seamos sinceros.

Cuando la noche anhelada llega, ni siquiera disfrutaba la cena; para mí era simplemente retardar lo inevitable: El momento que den las 12 de la madrugada, y Santa Claus cumpla con su promesa de dejar debajo del pino los regalos prometidos. Cuando todo esto culmina, cuando por fin veo los hermosos empaques de colores adornados con cintas verdes y rojas, simplemente me lanzaba sobre ellos, sin poner atención alguna a la envoltura: Desgarraba el papel lo más rápido posible, para por fin poder tocar a mis juguetes anhelados: Esa Barbie que tanto soñé con tener y tantas veces vi anunciada en la televisión; ese set de casas nuevas de Polly Pocket por las que toda niña en los noventas deliraba: ¡Por fin en mi posesión! Juego con mis cosas nuevas los siguientes días, me absorbo en ellas… y después, con el paso del tiempo, quedan en el olvido. Enero llega, y con él, una nueva promesa de nuevos juguetes… 12 meses más que esperar. Y a repetir todo de nuevo.

Es como el perro que se pasa toda su vida dando vueltas en círculos correteando su propia cola. Cuando creces ya no son juguetes lo que anhelas… si no relaciones, coches, ropa, más diplomas, más dinero, más reconocimiento… las formas cambian, pero el deseo es el mismo: Queremos alcanzar algo… el “goodie bag” que nos llene de plenitud para siempre… pero nunca llega; porque cuando alcanzamos lo anhelado dura sólo unos minutos. El elixir de la gloria nos embriaga tan solo unos breves instantes y después desaparece… como si nunca hubiese existido. ¿Porqué?, ¿Qué es entonces eso que perseguimos celosamente y nunca alcanzamos?

Mi vida aún es relativamente corta, pero siento como si hubiese estado aquí ya una eternidad; siento que lo que estoy tratando de alcanzar es un cierto tipo de hogar. Esa sensación de “estar en casa” conmigo misma. Lo paradójico de perseguir cosas en la carrera del día a día es que entre más cosas hago, y más me preocupe por alcanzar algo, más alejada me siento de esa sensación de “hogar”.

Cuando estoy en el trabajo y quiero ser productiva, y me va bien en ello, tengo una sensación temporal de bienestar. Porque no pasa un breve tiempo cuando otra nueva responsabilidad llega a tu mesa y tienes que volver a empezar; parece que los problemas y las cosas que hacer se perpetúan por sí mismas en un cuento de nunca acabar. Lo mismo con los deberes familiares, sociales y de más.

Tan acostumbrados estamos de militarizar nuestra existencia con horarios y cosas por hacer, que el acto de sentarse a comer o simplemente sentarse y estar quieto se considera como algo “improductivo”. Hasta en las vacaciones he visto gente, sentada frente al mar, pero con sus ojos pegados a los teléfonos móviles, checando Instagram…. ¿Qué coños quieres ver en Instagram, que son simplemente un par de datos concentrados en bits y proyectados en pixeles, cuando tienes al imponente mar frente a ti? Nunca lo podré comprender. Por eso creo que hay una fuerza obscura que interceptó el sentido común de ser humano y le robó su capacidad de vivir plenamente en este mundo.

¿Qué podemos hacer al respecto?

Yo creo que la respuesta a nuestro tan anhelado regreso a casa, está justamente aquí mismo: En casa. Es tomar la decisión consciente de decir “basta”. Es salirse deliberadamente de la absurda carrera creada en nuestro pensamiento de sociedad colectiva, donde sólo se vive de prisa, sólo se preocupa por producir, por dar un resultado, algo al final de cuentas efímero, porque nada permanece, todo se mueve. La prisa termina consumiéndote, termina robándote tus preciadas ganas de realmente vivir.

El trabajo debe ser algo sagrado; algo intrínsecamente conectado con el momento presente: El acto de fusión entre la actividad y el ser, y funcionar como un mismo organismo, un organismo vivo y en acción. Así es como funcionan todos los seres vivos. Así es como deberíamos de funcionar, a no ser por la patética ilusión que tenemos, de querernos ver como entidades “separadas del entorno”.

El acto de vivir debe contener en sí mismo el placer y el amor a todos los procesos de vida, y el trabajo es el mecanismo intrínseco de la vida. El trabajo, y la vida, es lo mismo, si realmente vives el momento presente.

Para vivir el momento presente, basta con estar aquí. Se escribe mucho y se habla mucho sobre vivir en el presente, pero nada de eso sirve sin realmente entrar en el acto en sí. Vivir en el ahora es hacer las cosas despacio, con toda tu atención; es saborear todo. Es estar atento a tu alrededor. Es deleitarte de todo lo que pasa. Es no pensar en qué vas a hacer en 30 minutos, o cuánto tiempo falta para la junta de las tres de la tarde. Y la peor pérdida del presente de todas, es gastar tu valiosa vida enfrente de una pantalla viendo una vida construida a base de ilusiones (redes sociales). Si quieres vivir, enfréntate a la vida real. Sal y conversa con extraños en la calle. Camina por el bosque. Báñate en el agua del mar. Come una fruta con toda la consciencia. Para mí, esa es la victoria final: La conquista del Ser es salirse del mundo de la ilusión y entrar en el verdadero mundo: Ahora.

El ahora es la única palabra que conozco, aunque creo que simplemente nuestro lenguaje es demasiado limitado como para realmente poder describir ese sentimiento de retorno a casa que tanto anhelamos. Es algo que se siente, pero no se puede describir con palabras, ¿Cierto?

Porque como dijo el famoso filósofo, teólogo y escritor británico Alan Watts:

La paz sólo la pueden lograr los pacíficos, y el amor sólo los que aman. Ninguna obra de amor surgirá de la culpa, el miedo, o la vacuidad del corazón, así como aquellos que no tienen la capacidad de vivir ahora no pueden hacer planes válidos para el futuro”.

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